¿»Pero no tenía Él un cielo en el cual regocijarse? ¿No tenía Él miríadas de santos ángeles, en cuya sociedad y alabanza se podía deleitar? Lo tenía; y sin embargo tal parece que se regocijó en las partes habitables de la tierra, más bien que en el cielo; que Su deleite principal era con los hombres, más bien que con los ángeles.

Esto, sin duda, no es poco sorprendente; y lo que lo hace más sorprendente aun, es, que Él sabía que el mundo en el cual, así se regocijó, sería mojado por Sus lágrimas y manchado con Su sangre. Él sabía que la raza caída con la cual, así Él se deleitaba, eran enemigos con Su Padre y Consigo mismo; y que corresponderían a su amor con la ingratitud mas baja, que le pondrían a una muerte cruel y humillante y que perseguirían a Sus amigos con fuego y espada. ¿Por qué entonces debería Él regocijarse en nuestra tierra y deleitarse con sus habitantes humanos? No podía ser simplemente porque Él los creó, ya que también creó el cielo y los espíritus angelicales. No podía ser por el valor intelectual y la dignidad del hombre; ya que en esos aspectos los ángeles son grandemente nuestros superiores. Menos aún podemos atribuirlo a cualquier excelencia moral de los hombres; porque, como ya se ha observado, son criaturas caídas y pecadoras. Por lo tanto, debemos buscar en otra parte los motivos de estos sentimientos y de la conducta aquí descrita; y los encontraremos  en el plan de redención. En el mundo, ese plan iba a ser ejecutado, y los hombres eran el objeto de ello.

Esto, en general, fue la razón por la cual la Palabra eterna se regocijó en las partes habitables de la tierra y porque Sus deleites principales eran con los hijos de los hombres. Para ser más preciso, Él se regocijaba en el mundo, en vez de en el cielo:

  1. Debido a que estaba destinado a ser el lugar en el cual debería realizar la más maravillosa de sus obras, obtener la mayor victoria, hacer la demostración más gloriosa de Sus perfecciones morales, sobre todo de Su amor, que es la esencia de todas ellas; y en la manera mas significativa glorificar a Su Padre. Todo esto debía hacer, todo esto Él ya ha hecho, en efectuar la obra de la redención.
  2. Nuestro Divino Redentor se regocijó en las partes habitables de la tierra porque eran la residencia destinada de Su entonces futura iglesia. Cristo amó a la iglesia, dice el Apóstol y se entregó a si mismo por ella. Se entregó a sí mismo por ella porque la amó; la amó antes de que aun existiera. Él llama las cosas que no son, se nos dice, como si fueran. Él pudo amar a la iglesia antes de que fuera creada, no menos fácil en ese entonces de lo que la ama ahora. Agradablemente, Él dice, ‘ Con amor eterno te he amado’, es decir, con un amor que ha existido desde la eternidad; ‘por lo tanto con gran compasión te recogeré.’

Mientras que nuestro divino Redentor se regocijó así en nuestro mundo, en lugar de en el cielo y Sus deleites principales y placeres eran con los hombres, en lugar de los ángeles. Esto fue:

  1. Porque era Su propósito, con el correr del tiempo, de asumir nuestra naturaleza y hacerse un hombre.
  1. El divino Redentor estaba destinado a grandes números de nuestra raza a ser todavía aun mas relacionado con los hombres. Incluso, habían sido dado a Él por Su Padre, y fueron designados para formar Su iglesia, para estar unidos a Él en la más íntima e indisoluble de las relaciones; ya que la iglesia es hecha Su cuerpo, un cuerpo del cual Él fue constituido cabeza, del cual Su mismo espíritu es el alma vivificante.
  1. Otra razón por la cual Su deleite se encontraba en los hijos de los hombres, puede encontrarse en la disposición que lo llevó a decir, ‘Más bienaventurado es dar que recibir.’ En el cielo, Él podía recibir las alabanzas de los ángeles, pero en la tierra Él podría dar regalos a los hombres. Él aquí podría ejercer misericordia perdonadora y dispensar bendiciones espirituales a Su pueblo.»

(Obras, Vol.3, p.73-77)

Traducido por Marlyn Aguilar

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