«¡Qué manera maravillosa

que Dios ha ideado en Su propia mente eterna, para que la brecha sea cerrada, para que ese acuerdo sea hecho, para que el hombre pecador pueda ser reconciliado precisamente con su ofendido Hacedor, y sin embargo que ninguna de Sus gloriosas perfecciones sea empañada o deteriorada! ¿Y qué plan fue este? ¡Oídlo, oh, cielo y tierra! Que el Hijo de Dios – Su Hijo por naturaleza y esencia, coeterno e igual a Él – debe unir a Su Persona divina una humanidad pura, sin pecado e inmaculada; porque «como los hijos eran partícipes de la carne y la sangre», era necesario que «Él también deba participar de lo mismo» (Hebreos 2:14). Esta fue la voluntad de Dios que Cristo vino a hacer, como leemos: «Entonces dije: He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de Mí; el hacer Tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y Tu ley está en medio de mi corazón.» (Salmo 40:7-8). Dios preparó para Su amado Hijo un cuerpo, como dice el apóstol, citando el Salmo 40:6: «Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo”. [e. g. (Hebreos 10:5)].

«Si la garantía toma el lugar del deudor, debe padecer la pena de la deuda; si el sustituto está en el lugar del criminal, debe sufrir el castigo del crimen.»

Esta era una humanidad pura, santa e incorruptible, el cuerpo tomado en el vientre de la Virgen, ofrecido como un sacrificio sangrante en la cruz, pero ahora a la diestra de Dios en el cielo. El hombre había pecado, ofendido, extraviado, involucrado en la transgresión. Antes, entonces, no podría haber ninguna sanación de la brecha, ninguna reconciliación del hombre con Dios, carne y sangre debe ser asumida, que en esa naturaleza una expiación podría hacerse por el pecado, así, la justicia sea plenamente satisfecha, la ley obedecida, su pena eliminada, y su maldición quitada. Esta obra poderosa sólo el Hijo de Dios podía lograr, haciéndose hombre. Como Dios, Cristo no podía sufrir, sangrar o morir. Como Dios, no podía sufrir la ira debido a la transgresión, padecer la maldición de la ley, u obedecer tal como exigía. La deidad no puede obedecer más de lo que puede sufrir, sangrar y morir. Sin embargo, debe haber obediencia, o la ley no puede ser cumplida; debe haber sufrimiento, o la ira de Dios no puede ser aplacada; debe haber derramamiento de sangre, o no se puede ofrecer un sacrificio; debe haber muerte, porque morir es la mayor parte del sacrificio. Si la garantía toma el lugar del deudor, debe padecer la pena de la deuda; si el sustituto está en el lugar del criminal, debe sufrir el castigo del crimen. Oh maravilloso plan, para que el Hijo de Dios tome nuestra naturaleza en unión con Su propia Persona divina, y en esa naturaleza realice una obediencia perfectamente aceptable a Dios; una obediencia que debe ser hecha, pero que ninguno de nosotros pudo hacer; una obediencia exactamente tal como la ley exigía: perfecta en pensamiento, palabra y obra. La justicia indignada podría decir: «¿Dónde está mi víctima? Exijo una víctima: debe ser el criminal o alguien en su lugar. No puedo renunciar a mi legítima reclamación. Debo tenerla satisfecha, o bien debo dejar de ser Justicia.» El bendito Señor se adelanta y dice:» Justicia, toma tu demanda. Aquí está mi inocente cabeza: que su rayo caiga sobre ella. Ley, ¿qué quieres? Perfecta obediencia. Yo la cumplo. ¿Qué infliges al criminal como el castigo de la desobediencia? La maldición. Yo la resisto. Santidad de Dios, ¿qué requieres? Una impecable pureza de alma y cuerpo, de corazón, labios y vida; perfecto amor a Dios y al hombre. Aquí estoy: me complace hacer tu voluntad, oh Dios mío; sí, Tu ley en su longitud, amplitud y espiritualidad, en su santidad, pureza y poder, está en mi corazón». Así, por la sustitución del Hijo de Dios como obediencia en nuestra naturaleza, toda la perfección de Dios fue glorificada; todos Sus atributos armonizados; la justicia fue satisfecha, la ley magnificada, y la santidad de Dios complacida. De esta manera, se satisfizo todas las exigencias de la justicia, se dio lugar a la misericordia y al amor, a la piedad y compasión del hombre caído por medio de los merecidos sufrimientos y muerte del Redentor. No había otra forma de cerrar la brecha; pero por medio de este plan divinamente ideado ha sido cerrada, y con la mayor eficacia.»

Works, Vol.2, p.10-11.

5 Comentarios

HERNAN ORTEGA RIVERA

Gloria sea a Dios, que maravillosos estos artículos bendicen mi vida, toda la gloria sea para nuestro Salvador !!


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Nelso Soto

Que interesante, pensar que Jesus el cordero se interpuso llevando la carga solo alguien divino podría hacerlo


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