“Esa parte de la naturaleza humana de donde o por donde habría de ser efectuado este trabajo, así como la esencia o la substancia de ésta, habría de ser derivada de la común raíz o base de la misma naturaleza, en nuestros primeros padres. No sería suficiente aquí, que Dios creara un hombre, del polvo de la tierra o de la nada, en general de la misma naturaleza que nosotros mismos; porque entonces no habría consanguinidad o alianza entre Él y nosotros, por lo cual en alguna forma deberíamos estar interesados en lo que El hizo o sufrió: Porque esta alianza depende únicamente en esto, que Dios de una (sangre) hizo todas las naciones del mundo’ (Hechos 17:26) Por eso es que nos es dada la genealogía de Cristo en el evangelio —No sólo de Abraham, para declarar la fidelidad de Dios en la promesa de que Él sería de Su simiente, sino también de Adán, para manifestar Su relación hacia la raíz común de nuestra naturaleza, y hacia toda la humanidad misma.
“El primer descubrimiento de la sabiduría de Dios aquí fue en la primitiva revelación, de que el Salvador debía ser de “la simiente de la mujer (Génesis 3:15). No otro sino Aquél que fue, de manera que ‘pudiera aplastar la cabeza de la serpiente,’ o ‘destruir la obra del diablo,’ de esa manera nosotros pudiéramos ser librados y restaurados. Él no solo sería partícipe de nuestra naturaleza, sino que Él habría de serlo al ser ‘la simiente de la mujer’ (Gálatas 4:4). Él no habría de ser creado de la nada, o ser hecho del polvo de la tierra, pero si “nacido de mujer”, para que de esta forma Él pueda recibir nuestra naturaleza de la común raíz y brote de ésta. Por lo tanto, Él que santifica y aquellos que son santificados son todos de uno (Hebreos 2:11) – de la misma masa, de una naturaleza y sangre; ‘por lo que no se avergüenza de llamarlos hermanos.’ Esto también habría de ser traído de los tesoros de la infinita sabiduría.” (Traducido de Works Vol.1, p.198-199)