Las Riquezas Inconcebibles del Hijo
«¿Puede el pensamiento humano concebir riquezas más abundantes que las riquezas del ser divino, de relaciones divinas y de posesión divina? Por supuesto, no se puede. Porque no hay nada más definitivo, nada más trascendente en términos de lo que el pensamiento humano puede enmarcar concepciones. Dios es el Señor y no hay otro fuera de Él. Pero no sólo es cierto que el pensamiento humano no puede concebir más abundantes riquezas, ni siquiera el pensamiento divino puede. Las riquezas del Señor Jesucristo son las riquezas de Dios mismo. No hay riquezas que pueda superar. Las riquezas del Señor Jesús son riquezas definitivas, absolutas, infinitas y eternas, a las que no hay ninguna adición y de las que no puede haber ninguna sustracción». (Obras completas, Vol.3, p.230)
Las Riquezas de Relaciones Divinas del Hijo
«El Señor Jesucristo no es sólo Dios, sino que Él es Dios en asociación eterna y comunión con el Padre y el Espíritu. Él es Dios, no en la soledad y el aislamiento eterno, sino Dios en las riquezas inefables de la comunión intra-divina, una comunión que debe ser perfecta porque es divina.
«La comunión se basa en el conocimiento y el amor, y dado que esta comunión es perfecta, debe basarse en el conocimiento perfecto y el amor perfecto. Jesús dijo en una ocasión: «Nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre, ni quién es el Padre, sino el Hijo» (Lucas 10:22). Y Pablo habla del Espíritu Santo como conocedor de todas las cosas, aún lo profundo de Dios (I Corintios 2:10). El significado de este tipo de enseñanza es que el Padre tiene un único, exclusivo, todo completo, todo profundo conocimiento del Hijo, el Hijo del Padre, el Espíritu del Padre y del Hijo, y el Padre y el Hijo del Espíritu. Si nos permitimos expresarlo en términos humanos, ellos se conocen entre Sí de principio a fin. Con lo que respecto al Hijo, no hay nada en las personas, relaciones, mente, voluntad y propósito del Padre y del Espíritu que el Hijo no conoce. Es el infinito sondeando el infinito. Y así, Él es conocido por ambos tanto por el Padre como por el Espíritu. Él conoce y es conocido con conocimiento perfecto e infinito.
«Se nos permite contemplar el mayor deleite, la gloria auto-revelada de Dios. Conocer y amar a Dios es vida eterna. Pero cuanto más sabemos de Dios, mayores los éxtasis de santo deleite que proviene de este conocimiento, y más cuando estamos abrumados con un sentido de nuestra propia ignorancia. Cuanto más extendemos la circunferencia de nuestro conocimiento, más nos volvemos conscientes de las incomprensibles vistas de misterio no revelado. Pero el conocimiento del Hijo de Dios es un conocimiento en el cual no hay oscuridades, no hay misterios inescrutables. Es un conocimiento que atraviesa el ser mismo de Dios, que comprende la totalidad de la gloria divina, y que busca los misterios más profundos de la voluntad divina. ¡Qué corrientes de deleite inefable, sin principio ni fin, sin flujo o caudal, deben embelesar eternamente el corazón y la mente del Hijo eterno! Se desconcierta nuestra comprensión ya que tratamos de contemplar las riquezas inagotables de este conocimiento mutualmente inter-penetrante e infinito que existe en el reino de la trina y eterna Deidad.
«Lamentablemente, a veces ocurre con nosotros que nuestro amor a las personas está en proporción inversa a nuestro conocimiento de ellas. Felizmente, en otros casos, el amor crece con el conocimiento y el conocimiento con el amor. Esta última experiencia nuestra, nos da cierta analogía difusa de lo que se obtiene en el reino de lo divino. Pero, después de todo, es más bien tenue y remota. Porque en el reino trascendente de las relaciones intra-divinas, el crecimiento en el conocimiento o el amor es inconcebible. Lo que se obtiene, más bien, es un conocimiento que abrazo todo y un perfecto amor inmutable. Las personas de la Trinidad se conocen entre sí por completo, y se aman entre sí perfectamente. Cada uno conoce al otro en su persona, relaciones, perfecciones, mente, voluntad y propósito, y en este reino de la infinitud, no hay nada que despierte en el otro, la desaprobación o desagrado más infinitesimal. Todo se limita al amor que corresponde en su magnitud con la infinitud conocida. Es el amor de toda comprensión, inteligencia y acuerdo». (Obras completas, Vol.3, p.228-229)
Traducido por César Briones