John Newton escribe, “¡Observen entonces el carácter del Mesías en esta profecía! ¡Un hombre! ¡Un Dios! Una persona divina en una naturaleza humana. ‘¡Dios manifestado en carne! Emanuel, Dios con nosotros.’” (Obras, Vol.4, p.64)

Richard Sibbes escribe, “Aquí tienes diversos artículos de nuestra fe en estas pocas palabras… Tienes la naturaleza humana de Cristo, ‘Una virgen concebirá, y dará a luz un hijo.’ Y la naturaleza divina de Cristo, ‘le pondrá por nombre Emmanuel.’ …Así que tienes diversos [es decir, variados] elementos de divinidad expresados en las palabras…” (Obras, Vol.7, p.109)

 John Gill escribe, “Por lo tanto parece que el Mesías es verdaderamente Dios, así como verdaderamente hombre: el nombre es expresivo de la unión de dos naturalezas en Él, humana y divina; de Su oficio como Mediador, el cual, siendo tanto Dios como hombre, es una persona mediadora entre ambos [entre Dios y el hombre]…” (EONT, Vol.5, p.42-43)

Matthew Henry escribe, “El Mesías será introducido en una gloriosa misión, envuelto en Su glorioso nombre: Llamarán su nombre Emanuel – Dios con nosotros, Dios en nuestra naturaleza, Dios en paz con nosotros, en alianza con nosotros. Esto se cumplió cuando fue llamado Jesús – un Salvador (Mateo 1:21-25) – porque, si Él no hubiera sido Emanuel – Dios con nosotros – Él no podría haber sido Jesús – un Salvador.” (MHC, Vol.4, p.47-48)

De nuevo Matthew Henry escribe, “Emanuel quiere decir Dios con nosotros; un nombre misterioso, pero muy precioso; Dios encarnado entre nosotros, y de ese modo Dios reconciliable con nosotros, en paz con nosotros, y tomándonos en alianza y comunión consigo mismo… ¡Qué paso tan afortunado es dado aquí hacia el establecimiento de una paz y conexión entre Dios y el hombre, en el cual las dos naturalezas se juntan en la persona del Mediador! Mediante esto, Él se convirtió en un árbitro irreprochable, un mediador, calificado para poner Su mano sobre ambos de ellos, teniendo en cuenta que participa de la naturaleza de ambos. Observen, en esto, el misterio más profundo, la misericordia más abundante, que tuvo lugar jamás. Por la luz de nuestra naturaleza, vemos a Dios como un Dios sobre nosotros; por la luz de la ley, Lo vemos como un Dios contra nosotros; pero por la luz del evangelio, Lo vemos como Emanuel, Dios con nosotros, en nuestra propia naturaleza, y (lo cual es aún más) a nuestro favor.” (MHC, Vol.5, p.8-9)

J.C. Philpot escribe, “La Deidad del Hijo de Dios brilla a lo largo de la página sagrada. Es el gran punto cardinal, sobre el cual giran todas las doctrinas de la gracia; y el que es endeble aquí, es endeble en todas partes. La Deidad de Cristo no se apoya en unos pocos textos de las Escrituras, sino que brilla a través de todas las Escrituras; es la luz de las Escrituras, y es la vida de las Escrituras. Retira la Deidad de Jesús de las Escrituras, y harías espiritualmente lo mismo que si borraras el sol del cielo naturalmente; la página sagrada sería una negra oscuridad. Pero la Persona de Jesús no es sólo la Deidad. Ningún hombre puede ver a Dios y vivir; no podríamos soportar contemplar la Deidad pura. Y por lo tanto el Hijo de Dios ha unido consigo mismo nuestra naturaleza; ha ‘tomado sobre Sí la semilla de Abraham’ – esa ‘cosa sagrada’ que fue engendrada por el Espíritu Santo en la matriz de la Virgen María, y allí unida con la segunda Persona de la gloriosa Trinidad, para que esa Deidad y humanidad puedan formar una Persona gloriosa – Emanuel, Dios con nosotros. Ahora, para el ojo de fe, la mayor belleza y gloria está en la humanidad de Cristo. El alma iluminada ve la Deidad brillando a través de la humanidad; y cuando ve a Jesús ‘paseando por ahí, haciendo el bien’, cuando escucha las palabras que salieron de Sus labios llenos de gracia, cuando Le ve mediante el ojo de la fe, sangrando, sufriendo, agonizando y muriendo, ve la Deidad en todos estos actos, manteniéndose y brillando a través de la humanidad. Y es esta unión de dos naturalezas en una Persona gloriosa la que llena el corazón que la recibe en la fe y en el amor con una medida de afecto puro. Aquí, entonces, la Iglesia tiene una visión de la gloriosa Persona de Jesús; y se enamora de Él. Hay algo en la belleza sobrenatural que enciende el afecto espiritual, al igual que hay algo en la belleza natural que enciende el afecto natural. Cuando el alma vivificada ve la belleza sobrenatural, inmediatamente se enamora de ella. Los afectos espirituales se centran en la belleza espiritual. Y así, cuando el alma redimida y regenerada ve la gloriosa Persona de Cristo, Dios-hombre, Emanuel, Dios con nosotros, y prueba y siente Su amor, el bendito Espíritu enciende en este afecto espiritual, y lo atrae con estos ‘lazos de amor y cuerdas humanas.’” (Through Bacus Vale, p.139-140)

Traducido por Guillermo Cervantes

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