“¡Manifestado, oh amados, si Jesús no se hubiese manifestado ustedes nunca hubiesen sido salvos! Habría sido completamente justo de parte de Dios mantener a Su Hijo en Su seno, haber mantenido a esa joya en Su lugar, allá arriba en el trono de los cielos. Dios habría seguido siendo el mismo Dios amoroso, pero nosotros hubiésemos perecido en un infierno ardiente. Si la Vida Eterna, la cual estaba con el Padre, si Él hubiese permanecido en Su gloria como el Único Viviente, entonces ustedes y yo habríamos padecido nuestra propia maldición. Pero Él fue manifestado: ‘Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria.’ Juan lo vio, él vio Su rostro amoroso; contempló Su gloria y gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad. Él vio a aquel Sol cubierto de carne, que no podía mantener los rayos de Su Deidad sin resplandecer. Él lo vio en el monte, cuando su rostro brilló como el sol. Él lo vio en el jardín cuando cayó postrado. Él lo vio en la cruz, colgando entre el cielo y la tierra. Él lo miró -mucho tiempo miró su faz celestial- y su mirada encontró Su mirada. Lo oyó, oyó la voz que dijo ‘¡Hágase la luz!’ Oyó su voz como el sonido de muchas aguas. Él oyó todas Sus palabras llenas de gracia, Sus palabras acerca de Dios y del camino de la paz. Él le oyó decir a un pecador ‘Ten ánimo, tus pecados te son perdonados.’ Él lo estrechó y puso sus manos sobre Sus manos, sus brazos alrededor de Sus brazos y su cabeza sobre Su seno. Quizás él tomó Su cuerpo cuando fue bajado de la cruz y tocó el frío barro de Emanuel. Oh, amados, es a Cristo manifestado a quien les declaramos, no al Hijo en el seno del Padre desde donde nunca los habría salvado. Es a Jesús manifestado en carne, el Hijo de Dios viviendo y muriendo como hombre en lugar de los pecadores, a Él les declaramos.” (Memorias y Recuerdos, p.373-374)
Traducido por José de la Fuente