Stephen Charnock escribe: “No hubo ningún cambio en la naturaleza Divina del Hijo cuando Él asumió la naturaleza humana. Hubo una unión de las dos naturalezas, pero ningún cambio de la Deidad en humanidad, o de la humanidad en Deidad: ambas conservaron sus propiedades peculiares. La humanidad fue cambiada por medio de una comunicación de excelentes dádivas de la naturaleza divina, no por ser traída a una igualdad con esta, por que era posible que una criatura venga a ser igual al Creador. Él tomo la “forma de siervo”, pero Él no perdió la forma de Dios; No se despojó a sí mismo de las perfecciones de la Deidad. El ciertamente se despojó, ‘y vino a ser uno sin reputación’ (Filipenses 2:7); pero Él no dejo de ser Dios, aunque Él tenía la reputación de ser solo un hombre, y uno muy humilde también. La gloria de Su divinidad no se extinguió ni disminuyó, aunque fue opacada y oscurecida bajo el velo de nuestras enfermedades; pero no hubo más cambio en el ocultamiento de esta que la del sol cuando es ensombrecido por la interposición de una nube. Su sangre, mientras se estaba derramando de Sus venas, era la “sangre de Dios” (Hechos 20:28); y, por lo tanto, cuando inclinaba la cabeza de su humanidad en la cruz, Él tenia la naturaleza y las perfecciones de Dios; puesto que si hubiera cesado de ser Dios, Él habría sido una simple criatura, y Sus sufrimientos hubieran sido de tan poco valor y satisfacción como los sufrimientos de una criatura. Él no hubiera podido ser suficiente Mediador si hubiera dejado de ser Dios” (Atributos de Dios, Vol 1, P339-340).