De nuevo Charles Hodge escribe, “El lenguaje corriente de la Escritura con respecto a Cristo prueba que Él fue a la vez divino y humano. En el Antiguo Testamento, Él es descrito como la simiente de Abraham, de la tribu de Judá y del linaje de David; como quien ha de nacer de una virgen en la ciudad de Belén; como varón de dolores, como manso y humilde; como portador del castigo de nuestros pecados, y derramando Su alma hasta la muerte. Él es presentado en todo lugar como un hombre. Al mimo tiempo Él es presentado en todo lugar como Dios; Él es llamado el Hijo de Dios, Emanuel, el Dios poderoso, Jehová nuestra justicia; y se dice de Él que es desde la eternidad; entronizado en el cielo y recibiendo la adoración de los ángeles… En el Nuevo Testamento, el mismo modo de presentación continúa. Nuestro Señor, hablando de Sí mismo, y los apóstoles cuando hablaban de Él, uniformemente hablaban de Él como un hombre. El Nuevo Testamento provee Su genealogía para demostrar que Él era de la casa y del linaje de David. Registra su nacimiento, vida y muerte. Lo llama el Hijo del hombre, el hombre Cristo Jesús. Pero como con una uniformidad nuestro Señor asume, y los apóstoles le atribuyen una naturaleza divina. Él declara de Sí mismo ser el Hijo de Dios, que existe desde la Eternidad, teniendo todo el poder en los cielos y en la tierra, teniendo derecho a toda reverencia, amor y obediencia debida a Dios. Los apóstoles le adoraron; le llamaban el gran Dios y Salvador; reconocían su dependencia de Él y responsabilidad a Él; y miraban a Él para perdón, santificación y vida eterna. Estas representaciones conflictivas, esta constante descripción de la misma persona como hombre, y también como Dios, no admite solución sino en la doctrina de la encarnación. Esta es la clave de toda la Biblia. Si esta doctrina es negada todo es confusión y contradicción. Si es admitida todo es luz, armonía, y poder. Cristo es tanto, Dios como hombre, en dos distintas naturalezas, y una persona por siempre. Este es el gran misterio de la deidad. Dios manifiesto en la carne es la distinguida doctrina de la religión de la Biblia, sin la cual es un cadáver frío y sin vida. (Traducido de Systematic Theology, Vol. 2, pág. 383-384).
Benjamin B. Warfield escribe, “Uno de los síntomas más intimidantes de la decadencia de vital simpatía con el cristianismo histórico el cual es observable en los círculos académicos el día de hoy, es la extendida tendencia en recientes discusiones Cristológicas de rebelarse en contra de la doctrina de las Dos Naturalezas en la Persona de Cristo. La importancia de esta rebelión de inmediato se vuelve aparente, cuando reflexionamos en que la doctrina de las Dos Naturalezas es solo otra manera de manifestar la doctrina de la Encarnación; y la doctrina de la Encarnación es el eje en el que el sistema cristiano gira. Sin Dos Naturalezas, no Encarnación, sin Encarnación, no Cristiandad en ningún sentido característico” (Traducido de Works, Vol. 3, pág. 259).
Benjamin B. Warfield escribe, “La constancia con la cual la iglesia ha confesado la doctrina de las Dos Naturalezas, encuentra su explicación en el hecho de que esta doctrina es firmemente enseñada en el Nuevo Testamento” (Traducido de Works, Vol. 3, pág. 263).
Charles Spurgeon escribe, “(Jesucristo) es el Hijo de Dios…; siendo de la misma sustancia con el Padre, igual, co-eterno, y coexistente. ¿Es el Padre Todopoderoso? Así también el Hijo es Todopoderoso. ¿Es el Padre infinito? Así también el Hijo es infinito. Él es tan Dios como Dios: no teniendo una dignidad menor que el Padre, sino siendo igual a Él en todos los aspectos, — Dios sobre todo, bendito por siempre. Jesucristo también, es el hijo de María, un hombre como nosotros mismos. Un hombre sujeto a todas las debilidades de la naturaleza humana, a excepción de las debilidades del pecado; un hombre de sufrimientos y aflicciones, de dolor y angustia; de ansiedad y miedo; de angustia y duda, de tentación y de prueba; de debilidad y muerte. Él es un hombre tanto como lo somos nosotros, hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne. Ahora, la persona que deseamos presentarte, es a este complejo ser, Dios y hombre. No Dios humanizado, no hombre Deificado; sino Dios, puro y esencialmente Dios; hombre, puramente hombre, hombre, nada más que hombre; Dios, no menos que Dios, – los dos permaneciendo juntos en una sagrada unión, el Dios-Hombre” (Traducido de he Metropolitan Tabernacle Pulpit, Vol. 3, pág. 276).