“¿Cuál fue el compromiso voluntario? Hay tres observaciones:

1) Se hizo hombre –‘hallándose en la forma de hombre’; ‘Hecho semejante a los hombres.’ Eso fue humillación.  Hubiera sido la humillación bajo una condición terrenal y humanamente ideal, humillación a causa de la distancia entre el Creador y la criatura.  No fue, sin embargo, un mundo ideal al que Jesus vino.  Fue en un mundo de pecado, de miseria y de muerte.  Él vino en semejanza a carne pecadora, en semejanza a la humanidad maldita por el pecado, aunque Él mismo sin pecado.

2) El tomo la forma de siervo.  Una vez más la palabra “forma” apunta a la realidad y la plenitud de Su servidumbre.  No era simplemente que Él se vino a ser en un sirviente; Él vino a ser un siervo con toda la sumisión y obligación que conlleva la sujeción a la  voluntad de otro.  Ciertamente Jesús se dedico devotamente al servicio de los hombres. Esto se refleja en la declaración anterior que Él no se preocupó de su propia reputación; Él se preocupo de los intereses de los otros. Y fue el mismo quien dijo “Yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lucas 22:27).  Pero no es Su servicio a los hombres lo que define “en forma de siervo.” Jesús no se sometió a la voluntad de los hombres.  El haber tomado la forma de un siervo en referencia a cualquier voluntad o autoridad humana hubiera contradicho Su dignidad y misión.  Fue a Dios el Padre con quién Él asumió esta relación y fue a la voluntad del Padre que Él se rindió a sí mismo en plenitud de sujeción y obligación.  Él bajo del cielo no para hacer Su propia voluntad, sino la voluntad del que lo envió (Juan 6:38).  Es a las profecías del Antiguo Testamento que se adhiere este oficio de siervo (Isaías 42:1; 49:3,6; 52:13; 53:11).  Fue este oficio de compromiso sin reservas a la voluntad del Padre a la que Él se comprometió voluntariamente.  Por que fue al Padre a quién Él sirvió, hubo humillación pero no degradación.

3) “Se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”  Esta es la extención de la humillación de Jesús.  La muerte de nuestro Señor fue un acto de obediencia, y fue el gran clímax de Su encargo como Siervo.  No fue una simple muerte; fue la muerte maldita de la cruz.  Era la muerte en la indecible angustia de la condenación llevada vicariamente, muerte en la experiencia reflejada en el mas misterioso clamor que haya ascendido de la tierra al cielo, “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?” Hubiera violado todo carácter divino, y hubiera remecido los cimientos del trono, justicia y juicio de Dios, si esto no fuera la condenación llevada vicariamente.  Por que Jesús era santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y en la misma prueba de dar Su vida en el maldito madero, Él estaba representando el acto supremo de obediencia al padre, una obediencia que no tiene paralelo y nunca podrá ser duplicada.

Estas son las profundidades más bajas de humillación imaginable.  Dios mismo no podia concebir o idear una humillación que sobrepasara la vergüenza del Calvario.  Él que se humillo a Sí mismo era en forma de Dios y en igualdad con Dios.  Esto indica la más alta dignidad.  Él Se humilló a si mismo hasta la muerte maldita de la cruz.  No hubo mayores profundidades posibles, por que la cruz nos habla de toda la maldición de Dios sobre el pecado. Es humillación inimitable, irrepetible. Y de nuevo, notemos, que fue auto-humillación.  Cristo Jesus se comprometió no sólo ha ser humillado; la humillación fue una acción en su calidad como Siervo.  Aquí está la convergencia sin igualdad, la voluntad del Padre de que el Siervo sea humillado, la voluntad de Cristo Jesús de humillarse a Sí mismo.” (Obras completas, Vol. 3, p238-239)

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