«Permítanos indagar en cuál es el argumento que es capaz de apaciguar la conciencia cuando está completamente despierta. Ahora para conocer esto, debemos preguntarnos cuál es la causa de todas aquellas convulsiones de horror y terror con las cuales las conciencias de hombres están en todo tiempo tan desgraciadamente comprometidas y distorsionadas. Bueno, es el pecado. Pudiera esta pequeña palabra —pero una gran plaga— ser completamente borrada de las mentes y corazones de la humanidad, la tormenta pronto fuera acallada y el alma se volviera un mar pacífico, quieto y sereno, sin la menor ola de miedo que arrugue el rostro de éstos. Éste (el pecado) es el Jonás que levanta la tormenta —el Acán que aflige el alma… Por ende lo que traiga paz a la conciencia debe postrar a este Goliat—lanzar a este perturbador por la borda—sacar esta flecha del alma— o de lo contrario la guerra no acabaría, la tormenta no cesaría, la herida no cerraría y sanaría porque la conciencia la abriría nuevamente. Ahora la cabeza envenenada por las flechas del pecado, las mentiras ardiendo en la conciencia y, por su continuo palpitar y rugido, mantienen al pobre pecador intranquilo — Sí, algunas veces en insoportable tormento y horror—es la culpa. Por ella, la criatura es alarmada por el juicio, y atada al castigo debido a su pecado, la cual, siendo no menos que la ira infinita del eterno Dios viviente, necesita poner a la pobre criatura en una lamentable agonía, desde la temible expectativa de ésta en su conciencia acusadora.
Por lo tanto, aquél que usare un argumento para apaciguar y confortar una conciencia angustiada que reposa siendo asada sobre estos carbones ardientes de la ira de Dios encendidas por su culpa, debe aplacar estos carbones, y traerle las noticias certeras de este feliz mensaje—de que sus pecados han sido perdonados; y que Dios, de quien Su irar le asusta tanto, es indudablemente, y eternamente reconciliado con Él. Este y ningún otro argumento podría detener la boca de la conciencia, y traer a la criatura a verdadera paz con sus propios pensamientos. ‘Hijo, ten ánimo,’ dijo Cristo al paralítico, ‘Tus pecados te son perdonados’ (Mateo 9:2). No, el ánimo no es por la sanidad dada a él (aunque también lo hubo); sino por sus pecados perdonados.”
“Si el amigo de un criminal viniese al momento de su ahorcamiento, colocase un delicado ramo de flores en sus manos, y le dijese, “Ten ánimo, huele esto” ¡Ay! Esto traería un pequeño gozo al corazón de ese pobre hombre, quien ve el lugar de ejecución ante él. Pero si alguien viene de parte del príncipe con un perdón, el cual pone en su mano, y le pide que tenga buen ánimo, esto, y solo esto, alcanzaría el corazón del pobre hombre, y le invadiría con súbito arrebato de gozo. Verdaderamente, cualquier cosa menos que la misericordia perdonadora es tan insignificante para una conciencia atormentada que va tras algún alivio o apaciguamiento de la misma, como lo sería aquel bouquet de flores en las manos de un prisionero moribundo. La conciencia demanda tanto para satisfacerse como Dios mismo demanda para Sí, por el mal que la criatura le ha hecho a Él. Nada puede hacer que la conciencia deje de acusar, sino aquello que hace que Dios deje de amenazar. La conciencia es el sargento de Dios que Él emplea para arrestar al pecador. Ahora el sargento no tiene el poder para poner en libertad al prisionero sobre cualquier arreglo privado entre él y el prisionero, pero está atento a si la deuda es pagada totalmente, o el acreedor totalmente satisfecho; entonces, y no antes de esto, él librará a su prisionero.
“¿De dónde proviene esta buena noticia, que Dios es reconciliado con una pobre alma, y que sus pecados son perdonados? Seguramente del Evangelio de Cristo, y de ningún otro modo. Sólo aquí está el pacto de paz a ser leído entre Dios y los pecadores; he aquí el sacrificio por el este perdón es comprado; aquí, los medios hallados por los cuales los pobres pecadores puedan tener el beneficio de esta compra; y por lo sólo aquí la conciencia acusadora puede encontrar paz. Si los Israelitas mordidos por las serpientes hubiesen mirado cualquier otro objeto aparte de la serpiente de bronce, ellos nunca se hubiesen sanado. Tampoco la conciencia mordida encuentra descanso en contemplar cualquier otra cosa que Cristo en la promesa del evangelio. El Levita y el Sacerdote miraron al herido, pero no se acercaron a él. Para ellos él pudiera haber quedado allí tendido y perecido en su sangre. Fue el buen Samaritano quien derramó aceite sobre sus heridas. No la ley, sino Cristo por Su sangre, lava y suaviza, viste y sana la conciencia herida. Ninguna gota de aceite que pueda ser obtenida en este mundo sirve para este propósito sino sólo lo que es provisto y guardado en este frasco del evangelio. Hubo abundancia de sacrificios ofrecidos en la iglesia judía, más aún, puesta toda esa sangre de bestias, que fue derramada desde el principio hasta el final de la dispensación, y con todo, no fueron capaces de aquietar una conciencia o limpiar un solo pecado. La “conciencia de pecado” como lo parafrasea el apóstol (Hebreos 10:2) —es decir, la culpa en sus conciencias— aun hubiera permanecido sin ser borrada a pesar de todo esto, si se hubiera roto de lo que significaba espiritualmente por ellos.
Traducido de Complete Armor, Vol.1, p.521-523
3 Comentarios
Omar Salvador Cruz Oropeza
He estado en esa situación miles de veces, termino intentado esconderme de Cristo por la vergüenza que me acarrea pecar, no he podido superarlo, sigo estancado y a menudo me atormenta la idea de que no soy hijo de Dios. ¿Alguna vez alguien se ha sentido así? Lo experimento todo el tiempo, vivo con miedo y siento que no estoy a la altura.
¿Puedo platicar con alguien?
Nelso
Hola Omar saludos amigo, dejame decirte que tambien me siento asi muchas veces, he permanecido acusado mi conciencia por el pecado y tengo preguntas que no tengo respuestas
csantos624
Omar creo haberte mandado un email. La culpa viene muchas veces de nuestra confianza en nosotros mismos, en vez de rendirnos a los brazos de Cristo y creer en Sus promesas y seguir sus mandamientos. Suena fácil y muchas veces puede sonar como un cliché, pero requiere renunciar a nuestros mismos.
Como el artículo dice, debemos examinar la causa de ese miedo. Esto nos puede decir si somos o todavía no somos de Él. Por otro lado necesitamos nutrirnos de Cristo como el alimento diario, de lo contrario seremos devorados por nuestras conciencias y por enemigo. Finalmente recuerdo las palabras de Agustin de Hipona cuando decía (parafraseando), sabemos que estamos en Él porque estamos creyendo hoy, no porque creímos ayer. Debemos recordarnos el Evangelio diariamente.