«Lector, ¿no es la condescendiente gracia en el más alto grado, no, más allá de todo grado, que este autosuficiente, absolutamente perfecto e incomparable Dios, cuando el alma del hombre yacía desnuda, hambrienta, preocupada, rodeada enemigos, despreciada de todas las criaturas, revolcándose en su sangre, jadeando para respirar, dispuesta en todo momento a buscar su fin, y ser capturada por los demonios, arrastrada a su calabozo de oscuridad, para freírse en intolerables llamas para siempre; ¿que Él mire al hombre en esta condición desagradable con ojos de gracia y amor? … Amigo, amigo, ¿qué es la condescendiente gracia, si esto no lo es? Oh, el Dios incomparable no tenía ninguna obligación hacia el hombre, en ninguna manera Él necesitó del hombre, Él es incapaz de necesitar la mínima bondad del hombre; Él habría sido tan feliz como lo es al presente, si la raza humana se hubiera arruinado y hubiera perecido. Además, Él está infinitamente libre de alguna obligación para con el hombre, y tenía toda la razón del mundo para destruirlo; y sin embargo, se agradó ser tan aplicado para con el bienestar del hombre, y tan solícito en esto como si hubiera sido el Suyo propio.”

George Swinnock (Obras, Vol.4, p.478-479)

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