Es importante preguntar cuál pudo haber sido la motivación de Dios para enviar Su unigénito Hijo a morir de manera que los hombres puedan ser salvos. En las Escrituras, descubrimos que Dios no salva al hombre por alguna necesidad divina, o por el valor inherente del hombre, o por algún hecho noble que éste pudiera haber hecho. Sin embargo, Dios fue movido a salvar para la alabanza de Su propia gloria y por el gran amor con el cual nos ama.
Dios No Tenía Necesidad
Una de las verdades más asombrosas acerca de Dios es que Él está absolutamente libre de cualquier necesidad o dependencia. Su existencia, el cumplimiento de Su voluntad, y Su felicidad o beneplácito no dependen de nada ni de nadie fuera de Sí mismo. Él es el Único ser realmente Auto-existente, Auto-sustentador, Autosuficiente, Independiente, y Libre. Todos los demás seres derivan su vida y bienestar de Dios, pero todo lo que es necesario para la existencia y perfecta felicidad de Dios se encuentra en Sí mismo. Enseñar o incluso sugerir que Dios hizo al hombre o salva al hombre porque Él estaba necesitado o incompleto es absurdo e inclusive blasfemo.
Dios explica por medio del salmista, “No tomaré novillo de tu casa, ni machos cabríos de tus apriscos. Porque mío es todo animal del bosque, y el ganado sobre mil colinas. Toda ave de los montes conozco, y mío es todo lo que en el campo se mueve. Si yo tuviera hambre, no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y todo lo que en él hay.” (Salmos 50:9-12)
El Apóstol Pablo declara, “El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay, puesto que es Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos hechos por manos de hombres, ni es servido por manos humanas, como si necesitara de algo, puesto que El da a todos vida y aliento y todas las cosas…” (Hechos 17:24-25)
Charles Hodge escribe, “De acuerdo con las Escrituras Dios es autosuficiente. El no necesita nada fuera de Sí mismo para Su propio bienestar o felicidad. Él es, en todo sentido, independiente de Sus criaturas.” (Systematic Theology, Vol.1, p.556)
A.W. Tozer escribe, “Si de pronto todos los seres humanos perdieran la vista, aún seguirían brillando el sol de día y las estrellas de noche, porque ninguno de ellos les debe nada a los millones de personas que se benefician con su luz. De igual forma, si todos los hombres de la tierra se volvieran ateos, esto no podría afectar a Dios de manera alguna. Él es lo que es, en sí mismo y sin relación con nadie más. El que creamos en Él no añade nada a sus perfecciones; el que dudemos de Él tampoco le quita nada.” (El Conocimiento del Dios Santo, p.40-41)
El Hombre No Tiene Mérito
Una de las verdades más aleccionadoras acerca del hombre es que éste está absolutamente destituido de virtud o mérito. De acuerdo con las Escrituras, la imagen de Dios en el hombre ha sido seriamente desfigurada, y corrupción moral ha contaminado su ser – cuerpo entero (Romanos 6:6,12; 7:24; 8:10,13), razón (Romanos 1:21; II Corintios 3:14-15; 4:4: Efesios 4:17-19), emociones (Romanos 1:26-27; Gálatas 5:24; II Timoteo 3:2-4), y voluntad (Romanos 6:17; 7:14-15). Todos los hombres nacieron con un gran potencial o inclinación hacia el pecado y son capaces de la más grande maldad, de los crímenes más inexplicables, y de las más vergonzosas perversiones. Todo lo que los hombres hacen está contaminado por su propia corrupción moral, y el pecado penetra incluso en sus hechos más heroicos y altruistas (Isaías 64:6) Las Escrituras también enseñan que los hechos del hombre no son provocados por algún amor a Dios o algún deseo de obedecer Sus mandamientos. Ningún hombre ama a Dios de una manera digna o como la ley manda (Deuteronomio 6:4-5; Mateo 22:37); ni existe un hombre que glorifique a Dios en todo pensamiento, palabra, y hecho (I Corintios 10:31; Romanos 1:21). Todos los hombres se prefieren a sí mismos que a Dios (II Timoteo 3:2-4), y todos los hechos de altruismo, heroísmo, deber cívico, y bondad religiosa externa son provocados por el amor a sí mismo o el amor a otros hombres, pero no el amor a Dios. Además, la mente del hombre es hostil hacia Dios, no puede sujetarse a la voluntad de Dios, y no puede agradar a Dios (Romanos 8:7-8).
Por lo tanto, los hombres están inclinados a mayor y mayor corrupción moral, y este deterioro moral sería incalculablemente más rápido, si no fuera por la intervención divina que restringe la maldad del hombre. Finalmente, el hombre no puede liberarse o recuperarse de su condición pecaminosa y depravada (Jeremías 13:23).
Basado en la descripción bíblica del hombre, es evidente que Dios no fue movido a salvar al hombre por causa de alguna virtud o mérito inherente encontrado en él. Es evidente que no hay nada en el hombre caído que pueda motivar a un Dios santo y justo a amarlo, sino solo traerlo a juicio y condenarlo. ¿Entonces qué motivó a Dios enviar a Su Hijo unigénito para salvar al pecador? De acuerdo con las Escrituras, Dios lo hizo para la alabanza de Su propia gloria y por el gran amor con que nos amó.
1 Comentario
Juan Antonio Rios Cruz
Es cierto. No tenemos mérito. No merecemos la gracia del Señor es por su misericordia que mandó a Su Hijo. Nosotros somos merecedores del justo juicio de Dios, de Su ira, puesto que nosotros somos pecadores, a pesar de eso, nos amó. Gloria al Señor.