“Cristo predicó, pero principalmente de Él mismo; Él reveló y mostró a Dios, pero al revelar y mostrarse a Sí mismo (Juan 14:9); Él llamó al los hombres, pero hacia Él mismo; Él mandó a los hombres a creer, pero en Él mismo (Juan 14:1); Él prometió vida eterna, la cual Él daría, pero a los hombres que creyeran en Él; Él ofreció salvación a miserables pecadores, pero a ser lograda por Él mismo; Él obró un temor de juicio venidero, pero a ser ejecutado por Él mismo; Él ofreció remisión de pecados, pero a aquellos que creyeron en Él mismo; Él prometió resurrección de la muerte, el cual Él por Su propio poder y autoridad la llevaría a cabo. ¿Ahora quién podría hacer todo esto sino Dios? Un simple hombre, aún fiel y santo, habría vuelto a los hombres no a él sino a Dios: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por amor de Jesús” (II Corintios 4:5). Ellos no designaron ningún honor para ellos mismos, sino solo para Cristo; ellos eran reacios a transferir alguna parte de esta gloria a ellos mismos; igualmente sería Cristo si no hubiera sido Dios. Por lo tanto ¿qué deberían decir Sus discípulos, sino ‘Mi Señor, mi Dios’?” (Obras, Vol.1, p.488).